6 de diciembre de 2013

Julito

He estado pensando recientemente en Julio Penados. Él fue el pediatra de Camila, y sé que fue también el pediatra de los hijos e hijas de algunas de mis amigas. Julito tiene un corazón enorme, además de ser un excelente pediatra. Un corazón enorme, una paciencia enorme, una comprensión enorme hacia los demás y sus problemas. Julito nunca sobre receto medicinas, de hecho, cuando yo, de madre primeriza y bastante ahuevada, llevaba a la Cami porque tenía una de aquellas gripes terribles, o infección de oído, o alguna otra cosa, me decía, hay que hacerles caso a las abuelas, dale agüitas. Nada de atiborrarla de antibióticos como hacen ahora algunos pediatras, que apenas estornuda el muchachito ya van con eso, como si sirviera de algo. Si es un virus, pues el cuerpo tendrá que aprender a curarse solo. Lo que más me gustaba de ir donde Julito era que siempre parecía estar asombrado por la vida, por la niñez. Imagino que durante el ejercicio de su profesión vio cientos y cientos de bebes y niños de todas las edades, pero siempre se sonreía de cierto modo cuando resultaban con alguna gracia, irradiaba en su consultorio una alegría y una sabiduría, y una tranquilidad, que ya luego se le quitaban a una los miedos y las dudas que surgen cuando tiene una entre las manos una personita y no sabe qué hacer. Porque son mentiras que cuando nace él bebe ya una inmediatamente sabe qué hacer. Si, el instinto animal emerge, una está dispuesta a proteger a su bebe a costa de cualquier cosa, pero aparte de eso, saber lo que se dice saber, no. Y eso me enseño Julito también, a confiar en mi instinto. Julito ha sido el único doctor (aunque no era mi doctor) con quien yo sentí que hablaba conmigo, no me hablaba a mí. Tuvimos muy buenas conversaciones, sobre muchísimos temas. Cuando el papa de la Cami salió a comprar cigarros y decidió no regresar, ir donde Julito era para mí como ir a un oasis. El no pregunto nada personal nunca, pero, seguramente con la sabiduría de tantos años y de ver, imagino, tantas cosas, de alguna manera me hizo sentirme segura de lo que estaba haciendo como madre. Jamás parecía tener prisa, jamás. Su consultorio siempre estaba lleno, y la gente felizmente esperaba porque sabía que Julito era así, tranquilo, sin ajetreos, sin apuros. La Cami amaba ir donde Julito media vez nos quedáramos en la antesala, conversando (la cual por cierto, estaba llena de libros, era muy hermoso lugar). Eso sí, cuando bebita, solo veia que nos medio moviamos de la silla, y que era de pasar atras, a donde estaba el consultorio, empezaban los berridos, y eso le hacia mucha gracia a Julito y tambien a mi, la verdad. Hasta que ya creció y entonces ¡también con ella conversaba! Para mí era fascinante, uno de los pocos adultos que hablaba con Camila, no le hablaba a Camila. Recuerdo que una vez mi Cami se puso malita, muy malita, yo no sabía qué hacer, me tenía que ir a campo y bueno, antes la lleve con Julito. Era hepatitis A (que el supo desde que la vio, envio a hacer examenes solo para estar seguro pero ya sabia, certerisimo. Si Julito hubiera sido otro, estoy segura que yo no me habría ido. Pero sus palabras, su tranquilidad, su manera de tratar la enfermedad como parte de la vida, no como una tragedia ni como un enorme problema, me ayudaron a poner en perspectiva la cosa, y a dejar todo preparado para que ella estuviera comoda, y a irme a hacer mi trabajo (con algo de culpa, si, pero es otra historia). Simplemente Julito explicaba las cosas con claridad, esto es, esto hay que hacer, se va a mejorar, no tengas miedo. No lo decía, lo transmitía, que es lo más importante. La última vez que lleve a Camila con Julito, bueno, la Cami ya era una casi adolescente, más que consulta, era irlo a visitar, y creo que muchos de sus pacientes hacían eso… pero el ya no estaba en su clínica y me dio mucha tristeza. No lo he visto desde entonces, hasta hace poco que pusieron por allí una foto de familia porque fue su aniversario de bodas. Posiblemente se lo dije muchas veces, posiblemente se lo han dicho muchas personas otras tantas. Pero igual, quiero decirlo de nuevo. Gracias Julito, mil gracias por aportar con su sabiduría y su paciencia a hacer de mi hija una niña sana y feliz, y de mí también, una madre sana y feliz.

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