13 de enero de 2009

ENCONTRARSE
Empieza un nuevo ciclo, frase mas trillada. Pero finalmente sí, empieza uno nuevo y las resoluciones que de cajón se hacen aunque una esté casi cierta de que a finales de este 2009 habrán muchos “el otro año sí”. Y una de esas resoluciones para mí es escribir más en este pedacito, aunque no lea nadie, para honrar el nombre que le puse de sacarlo todo afuera. Sigo en la misma tarea de estudiar los restos que quedaron después de la guerra, sí, guerra y no conflicto armado interno, guerra porque eso fue, guerra contra la vida, guerra contra la esperanza, guerra contra los niños y las niñas que nacieron ixiles, keqchíes, jakaltecos, achíes, quichés y que se quedaron niños y niñas para siempre, guerra contra las mujeres que tejían con sus manos miles de hilos para convertirlos en hermosos güipiles, guerra contra los hombres con botas de hule remendadas con trozos de otras botas de hule, con camisas rotas y pantalones viejos. A veces parece que estuvieramos arando en el mar. Pienso en los cientos de informes que hemos entregado y que están por allí (espero), aunque ahora acumulando polvo, algún día habrá alguien valiente que los va a leer y se va a indignar de tanta muerte, de tanta bala, y va a hacer su trabajo en el sistema, por lo menos a tratar de acusar a alguno de esos malos que mandaron a prenderle fuego a esta tierra.

Mientras tanto, nuestras vidas pequeñitas siguen, cada quien afandado en su parcelita. Soñando y perdiendo sueños, creyendo y dejando de creer, amando y dejandose amar, buscando a los viejos amigos, a las amigas entrañables, tratando de tejer algo que me ayude a recordar que estoy viva, que yo estoy viva y que está bien que llore, que está bien que ría, que ame, que crea, que escriba.

El año pasado fue un poco extraño, algo así como esos días que pasan y cuando llega la noche no te acordás si pasó o no. No hubo muchas cosas extraordinarias. Dos hermosas, sí, el nacimiento de Sofía Isabel (sobrina) y de Maya (otra sobrina). Siempre las nuevas vidas de alguna manera nos llenan de esperanza. La enfermedad de mi hermano que me hizo quererlo más, estar mas cerca de él. La Cami que cada vez tiene alas mas grandes, coloridas y fuertes.

Y al final, una cosa extraordinaria que no tuvo ningún impacto en la paz mundial, ni siquiera en la paz nacional, ni tuvo ninguna exposición en los medios, ni se supo en ningún lado, pues, porque fue algo personal, casi íntimo. Les cuento: el internet y el facebook fueron responsables de que me naciera la inquietud de buscar a la familia de mi padre. Le digo así, porque es la mitad de mi sangre que nunca conocí, salvo dos o tres primos hace muchos años. Probablemente quienes hayan crecido toda su vida con dos familias (la de su papá y la de su mamá) no entiendan lo que se siente cuando uno crece solo con una y no sabe nada de la otra. La eterna duda, ¿sabrán de mí? ¿me reconocerían si nos encontraramos? ¿sentirían algo, sentiría yo algo? ¿los querré, me querrán, aunque no nos conozcamos? ¿será que es importante conocerlos, o no significará nada?

Pues bien, busqué el apellido y empezaron a aparecer nombres, una prima se encargó de señalarme quien era quien al principio. Y luego, maravilla, tíos, tías, primos, primas, hermanas (sí, hermanas!) sobrinos y sobrinas (hijos de primas, primos, hermanas y hermanos). Un familión! En diciembre alguien tuvo la iniciativa de organizar una reunión familiar, enésima para ellos, primera y extraordinaria para mi hermano y para mí. Y una sola puede resumir lo que yo sentía ese día. Alegría! No paz, no tristeza, no dudas, no dolor, no miedo, no nada. Pura y simple alegría, de esa que sentíamos cuando eramos niños y el mundo no nos había tocado. Alegría de esa que le hace a uno sonreír y poner cara de menso que dura y dura. Alegría de encontrar a otros y a otras y por medio de ellos encontrarse muy adentro, en el corazón, con la alegría.