20 de agosto de 2007

No era mi intención ponerlos depre... la verdad es que tenía el texto desde hace rato pero recién lo encontré, y me acordé que hacía mucho que no escribía. Eso sí, me alegra que me reclame mi amiga del sur, al menos se que alguien en el planeta lee mis fumadas y se acuerda de mí.
Y bueno, aca "nos estamos preparando para las elecciones" dice la prensa, aunque yo no estoy haciendo nada para prepararme, talvez debería, aunque lo más seguro es que nos pase lo de las dos noticias para los próximos cuatro años: una buena y una mala. La mala es que vamos a comer mierda; la buena, es que va a alcanzar para todos. Por lo menos tengo mi propio tenedor.
Eso sí, de propagandas no nos podemos quejar, parece lotería, francamente. Unos se han fusilado canciones conocidas y les han cambiado la letra, como la de se va el caimán y qué se yo. Otros bailando con una mazorquita en la mano y con cara de bobos. Otros abrazando bebés y repartiendo besos a las viejitas (han de llegar a su casa con olor a popó y a nafta). En fin, estamos entre el peor y el mas malo.
Así que mejor salir a la calle armada de una sonrisa, no pensar en el futuro, como diría un amigo, y seguir disfrutando cada minuto
Salud!

13 de agosto de 2007

George

George era un anciano que se llegaba a estar todas las tardes a la estación del tren. A veces parecía perdido en sus pensamientos, con los ojos rojos no se sabía si por el alcohol o por las lágrimas. Hablaba y hablaba pero nadie entendía lo que decía, sus dientes estaban podridos y algunos ausentes ya, quien sabe desde cuándo o por qué. Pero llegaba todos los días, claro, no era porque fuese muy amigable o porque se sintiera solo, necesariamente. Era porque sabía que a ciertas horas en la cafetería de la estación los dependientes estaban obligados a tirar a la basura todos los panes que no se habían vendido en las últimas tres horas. Entonces algunos le daban panes y café a escondidas porque no está permitido, quiera Dios, que en un negocio que es propiedad de una cadena de franquicias, alguien regale ni las sonrisas. A veces llegaba George bien limpiecito, con un traje azul y una camisa blanca muy planchadita, su corbata de mariposa. A veces llegaba todo sucio, con un traje camuflageado, con una medalla quien sabe de qué época colgada en el pecho, y desvariando.

Una vez llego con un señor algo mas joven, pero que igual es miraba un poco sucio, un poco alcoholizado. Esa vez llego hasta la caja y con mucho orgullo me pidió un café y un sándwich, un pastel. Me dijo “lo voy a pagar” este es mi hijo y me ha invitado para ir a Sheffield. Yo no se si era mi imaginación o qué, pero en sus ojitos había algo así como orgullo.

Tres días seguidos no vimos a George en la estación.

Luego volvió, y estaba tan triste. Casi no habló, apenas se levantó de la silla en la que halló acomodo. Pobrecito George, pensaba yo. Tan solito.

Un día George dejó de llegar a la cafetería. Resulta que le prohibieron la entrada porque en la tienda de al lado se robó unos dulces.

Pobrecito George.